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EL HAREN II
La siguiente era una flor muy delicada llamada Ilo. Rubia con
pelo largo y liso que adornaba graciosamente con una diadema de flores; tenía
una cara preciosa con ojos azules; largas piernas y pecho pequeño. Piel muy
clara e inmaculada como si no hubiera visto nunca el sol, pero tenía pequeñas
cicatrices en toda la cara anterior del cuerpo: pechos, costados, axilas,
vientre, pubis y muslos. Talle estrecho y caderas proporcionadas. Culo en
consonancia con el resto, redondo y provocador por su exquisita pulcritud. Tenía
un semblante tímido y recatado a pesar de su desnudez, ambas manos dejadas caer
disimuladamente sobre su sexo que se entreveía pequeño y suave. Magnífica para
ser atravesada y acabar como la puta de mi madre, pensó Flo con emoción. Para
comprobarlo le hizo repetir la operación de mostrar sus agujeros a corta
distancia de sus ojos, notando un delicioso aroma emanando de sus encantos, lo
que le turbó sobremanera. Inmediatamente le vino a la cabeza el consejo de su
tío, y decidió que una vez en casa sus carnes y las de Age serían las primeras
en medir con el látigo, esperando que Arius las pudiera recomponer puesto que
sería una lástima echarlas a perder.
Era la séptima hija de un rico hacendado de Palafrugell, cosa
rara puesto que las hembras tan fértiles y conejas eran cosa del pasado. A pesar
de ser la primera chica, su padre estaba hasta las narices de ver parir a su
mujer, y si ya de por sí el sentimiento de paternidad era mínimo en la época, en
este caso era menos que nulo. Su madre era una mujer bellísima pero tanto parto
la había afectado de forma apreciable. Este sería el último, puesto que su
marido la repudió y envió a vivir con la servidumbre como una esclava más, justo
al día siguiente de parir. La niña creció con sus hermanos para mal, puesto que
la utilizaron como juguete desde su más tierna infancia. Como era propiedad
particular de ellos, ningún esclavo osó nunca tocarla. Ni siquiera hablar con
ella. Así que se crió en la más absoluta ignorancia de la vida, que ella
identificaba con trabajar como una sirvienta de su familia y ser apaleada de vez
en cuando para diversión de sus hermanitos.
El padre y sus hijos eran muy aficionados a la caza y pasaban
largas temporadas, casi todo el tiempo en realidad, cazando en los vecinos
Pirineos, matando osos y preferentemente humanoides salvajes. Los primeros por
placer y para enmoquetar el suelo de sus pabellones particulares, y los segundos
por un placer todavía mayor, sobre todo las hembras, ya que les encantaba su
carne. Cuando la pequeña tenía doce años y ya venía sufriendo azotes y torturas
por parte de sus hermanos desde los cinco, fue violada por primera vez. No lo
había sido antes porque aquéllos tenían a su disposición el harén de su padre,
pero el mayor se fijó un día en ella mientras recogía agua del pozo de la finca,
y vio pelitos en sus sobacos al levantar los brazos a alzar una garrafa. No se
había percatado de que Ilo había cambiado, a pesar de que la había azotado
personalmente hacia un mes. Cayó en la cuenta de que lo había hecho mientras se
protegía con ambos brazos el cuerpo, de manera que no se fijó en su pechitos de
adolescente. Además, no la desnudó del todo y no apreció su pubis con vello
rubio. Como siempre andaba con una discreta túnica que le llegaba a las rodillas
como única ropa, ni cayó en la cuenta de en la belleza y voluptuosidad innatas
de su hermanita. Sin pensarlo dos veces de llamó a sus hermanos, tenían un
espíritu gregario, y la llevaron a una estancia que llamaban el pabellón de
caza, adornada con cabezas de oso y humanoides disecados.
Allí la conminaron a desnudarse y apreciaron lo que se
estaban perdiendo. La inclinaron en un sitial hecho ex-profeso, algo muy común
en las casas bien, y uno tras otro la violaron, penetrándola por vagina y ano de
forma violenta y cruel. Ilo gritaba de dolor y de vergüenza no entendiendo nada
de lo que estaba pasando, puesto que en anteriores torturas sus hermanos nunca
habían hecho lo que estaban haciendo. Hasta llegaron a hacerlo de dos en dos,
obligando a Ilo a adoptar posturas rarísimas. Al fin, con el ano agrietado y el
himen destrozado, manando semen y sangre por sus agujeros muslos abajo, fue
colgada de unas anillas con poleas e izada por las piernas colgando, dejando el
suelo forrado de piel de oso hecho una pena por goteo de líquidos. Sus hermanos
se pusieron en círculo alrededor de ella, cada uno con su flagelo favorito, y
fue azotada por puta. De izquierda a la derecha, el mayor utilizando un látigo
convencional que hacía restallar en el pecho de Ilo, abriendo surcos en su piel.
El segundo con una vara de bambú cuyos nudos se marcaban en el costado derecho.
El tercero portando una verga hecha con rabo de toro golpeando las nalgas. El
cuarto con una vara flexible que golpeaba a sus pantorrillas. El quinto usaba un
gato de nueve colas con el que desollaba en cada golpe la espalda y riñones de
la infortunada e inocente criatura. El sexto le sacudía en el vientre de revés
con una rama de olivo, y por fin el séptimo, situado frente ella la pinchaba con
un punzón, romo por fortuna para Ilo, en el monte de Venus muslos y ombligo. A
la tercera ronda al hermano mayor le falló el golpe y fue a dar al imbécil del
que tenía enfrente en plena cara, con lo que se pusieron a pelearse entre ellos,
dejando en paz a Ilo, que ya hacía rato que había perdido el conocimiento.
Desde ese día, cada vuelta de cacería era más de lo mismo,
con el añadido del padre que se sumó al carro dándola con un cable metálico en
el bajo vientre; tres veces intentó escapar al oír la llegada de la partida; en
vano. Mas aún, constituía un aliciente más para los brutos que la buscaban por
los bosques vecinos como si fuera una pieza más de caza, lanzando los mastines a
su caza y captura, llevándose la muchacha algún mordisco y azote de propina. Los
períodos de cacería los pasaba plácidamente cuidando jardín, esperando que las
piezas cobradas fueran abundantes y que volvieran de buen humor, evitando al
menos ser flagelada más de la cuenta. El mismo día que cumplía quince años
coincidió con la vuelta de los monteros que habían hecho porra. Ilo temió lo
peor. Para su suerte, su virtuosa familia tuvo la feliz ocurrencia de sustituir
el asado de humanoide habitual en la noche de llegada, por asado de ser humano
que, a la postre, era lo mismo. Así que escogieron como víctima a su propia
madre y esposa. La tendieron desnuda sobre la mesa de carnicero que había
construido para el menester con argollas para sujetar las piernas, brazos y
cuello de los humanoides que podían coger vivos. La sujetaron por las muñecas y
la pierna izquierda, justo en el tobillo, y entre cuatro tomaron la pierna
derecha abriéndola hasta romper la articulación de la cadera, mientras la mujer
aullaba como una ternera. Para hacerla callar le arrancaron la lengua con unas
tijeras y le cortaron las orejas, que reservaron para churruscarlas en el asado.
Depilaron su pubis y los sobacos y tomando un cuchillo de tocinero cortaron la
extremidad fláccida al nivel de la cabeza del fémur para secar la pata como si
fuera un jamón en su refugio de caza en uno de los valles del Valira, a dos mil
metros de altura donde hacía un poco más de fresco. Después la desguazaron
abriendo el vientre y sacando las entrañas: intestinos, útero, páncreas, vejiga
y bazo, y aprovecharon los riñones y el hígado. Limpia por dentro cortaron la
cabeza y manos que echaron a los perros y la colgaron de la única pata para que
se desangrara. Después la atravesaron por la guía de la asadora, poniéndola
sobre los apoyos, prepararon unas buenas brasas y la asaron al fuego lento
durante más de tres horas dándole vueltas un esclavo horrorizado. Les gustó
tanto y quedaron tan hartos que dejaran tranquila a Ilo esa noche. Buen provecho
y feliz cumpleaños.
La triste vida de Ilo se prolongó de esta forma los
siguientes tres años temiendo, con razón, que cuando su familia se hartara de
ella acabaría en sus estómagos, hasta que por sorpresa, una inspección de la
Hacienda Real llegó a la finca. La familia estaba de caza, por supuesto, así que
los inspectores se dedicaron a husmearlo todo. El padre de Ilo era catalán del
Norte, al fin y al cabo un país confederado al Reino de Aragó pero observado con
lupa. A base de sobornos el hacendado se había mantenido lejos de la mirada del
fisco, pero Ibnrazin que procedía del interior y odiaba a los polacos no era
cómo Pirrín y cuando tuvo ocasión mandó a su inspector jefe Borrell a sacar
pasta de los catalanes.
El jefe de la inspección se fijó en Ilo que no había perdido
un ápice de su belleza inocente, delicada y… bueno, muy lujuriosa, a pesar de
las señales del trato que recibía. El padre volvió a toda velocidad a intentar
salvar la situación, es decir, a negociar los cuartos con el mandado real, que
consideraba corrupto como todos. Cuando el acuerdo estaba prácticamente
ultimado, el funcionario se interesó por Ilo de forma tal que el hacendado no
tuvo más remedio que regalársela como esclava, lo que cerró el acta de acuerdo
mutuo inmediatamente. Para indignación de sus hijos, Ilo partió al día siguiente
con el séquito real. El jefe de la inspección no quería la chica para él si no
para su hijo que había quedado paralítico en un estúpido accidente múltiple de
carromatos a causa de la niebla. Así que llevó a Ilo a una clínica especializada
que curó las señales de látigo dejándola limpia y resplandeciente. Cuando la
mostró a su hijo esté quedó estupefacto por la belleza de la muchacha. Todo
parecía que iba a convertirse en una vida plácida para la nueva esclava,
haciendo compañía al lisiado y distrayéndolo con canciones y lecturas pero ¡ay!
La fatalidad acompañaba a la chica. El paralítico había quedado impotente en el
accidente, cosa que no quería admitir, no deseando otra cosa que tener una
erección. Al ver al Ilo comenzó a concebir nuevas esperanzas, y como todos los
hombres se excitaba con los sufrimientos y torturas de las chicas, sobre todo si
eran tan hermosas como la que le habían regalado. Sin embargo, gustaba hacerlo
el mismo personalmente y con sus propias manos que eran como tenazas. Con sus
duras uñas una vez llegó a desollar a una negra para después hincarle los dedos
hasta arrancarle el corazón. Por fortuna para Ilo también había perdido fuerza
pero el que tuvo retuvo.
Así que todas las mañanas se veía obligada a tenderse boca
arriba en una mesa sujeta de brazos y piernas, bien abiertas en aspa, para
colocarse el sentado en su silla bien apoyado en un hueco redondo, donde con
sólo agacharse podía morder casi cualquier parte de su cuerpo. Empezó
acariciando la suave piel arriba y abajo, pasando los dedos alrededor de y
rotando sobre sus suaves mugrones, pellizcándolos suavemente. Después por las
axilas rascando apenas los brazos con las poderosas uñas. Le hurgaba el ombligo
lentamente bajaba hacia el pubis, enroscando los dedos en su vello. Ilo sentía
una sensación de placer que nunca había conocido, apercibiéndose que los pechos
se le endurecían y que algo húmedo manaba dentro de ella. Cuando Cundo que así
se llamaba el lisiado introdujo los hábiles dedos en el interior de su parrusa
separando sus labios mayores y acariciándole el clítoris, éste se puso duro como
una piedra. Ilo tembló de placer mientras el pecho le oprimía. El líquido
chorreaba por la vagina. Cundo untó los dedos en ella y se embadurnó el fláccido
pene intentando lo imposible mientras su mano izquierda masajeaba las tetas de
la ya traspuesta Ilo.
El puñetazo seco y duro, de arriba abajo, con toda la fuerza
que da la desesperación descargó inesperadamente sobre el vientre de la esclava
que quedó sin respiración. El siguiente descargó sobre la teta izquierda
mientras las uñas de la otra mano se clavaban en el pezón de la derecha. Hubiera
muerto ahogada allí mismo de no ser porque el paralítico se puso a llorar con
desesperación llevándose las manos a la cara mientras la artillería colgaba
inerte. Al recuperar la respiración el dolor intenso la dejó sin sentido después
de lanzar un grito desgarrador. La despertó un terrible mordisco en la figa que
le arrancó un trozo de carne y vello mientras Cundo juntó ambos pulgares cuyas
uñas eran puntiagudas y fuertes como tenazas tomando entre ambos el pezón
todavía dolorido por el golpe. Presionó con fuerza y casi lo arranca mientras un
chorro de sangre salpicó su cara. Ilo perdió definitivamente el conocimiento, y
no lo recuperó hasta despertar en la clínica con todo el cuerpo vendado y presa
de un dolor inimaginable. El inspector jefe, cosa rara, amaba a su hijo y estaba
presto a cumplir sus caprichos pero aunque rico era lo suficientemente honrado
para no tener una fortuna personal suficiente para recuperar el material humano
estropeado, caro carísimo, así que reconvino a su hijo Cundo para que dosificara
sus torturas, parando el suplicio cuando se desmayara su juguete, y procurando
no matarlas del todo. El bestia abría continuado hincando las uñas por todo el
cuerpo de Ilo después de su pérdida de conciencia hasta que con seguridad
hubiera muerto desangrada.
Después de recuperarse Ilo fue llevada de nuevo en presencia
de Cundo. Cuando vio que de nuevo los criados las desnudaban y se disponían a
amarrarla al potro comenzó a gritar y vociferar como una posesa. Hicieron falta
cinco esclavos para reducirla y colocarla in situ mientras el joven se relamió
con perverso placer; intelectual, claro. El otro, ni de coña. Los esclavos le
pusieron una mordaza e Ilo, presa de terror vio cómo Cundo, sentado en su silla
desnudo ante ella tomaba con su mano izquierda su inútil polla, masturbándose en
un último e inútil intento de trempar, simultáneamente a pasar al suplicio. Con
su mano derecha agarró unas tenacillas para poder dosificar el tormento, tal
como había pedido su padre, y las dirigió hacia el blanco vientre. Allí comenzó
a dibujar círculos alrededor del ombligo, clavándolas en la blanda carne, y
presionando hasta reventarla tiñendo de rojo la bella barriguita. Ilo
manifestaba su dolor de la única forma de podía: sudando por todos sus poros y
meándose. Las heridas que producían los pequeños alicates debían tener unos tres
milímetros, pero al poco rato, todo su vientre tenía marcada una espiral
sangrienta que llegaba al pliegue del pubis. De ahí el torturador se dirigió a
la teta que tenía más cerca, la derecha. La primera incisión fue en su base,
continuando los pellizcos también en espiral y hacia arriba hasta llegar al
pezón. Una cruz dibujó entonces en cada pecho cruzando las redondas marcas.
Cuando se apercibió que Ilo estaba sin sentido, chorreando sudor hasta hacer un
charco que le caía sobre su picha, mandó a un esclavo que reanimara a la pobre e
infortunada esclava, qué se cagó al despertar con una mierda líquida y verde. A
Cundo le gustó eso y le quitó las mordazas para oír los gritos de espanto y los
gemidos desgarrados. Sin piedad hincó los alicates afilados en la parte interior
del brazo derecho, el más cercano, justo donde comienza el vello de las axilas,
abriendo la piel como si de un retal de tela se tratara. Una vez el arco fue lo
bastante amplio, tomo con sus manos los rubios pelos para estirar la piel y de
paso desollar el sobaco, pero le resbalaban por estar totalmente mojados. Así
que lo hizo a la tremenda, hincando las uñas de sus tres dedos medios en la
carne abierta y de un estirón salvaje se llevó toda la axila por delante, como
si de la cabellera de un indio se tratara, pasándosela por la cara y envolviendo
su picha con ella, como esperando poderes mágicos que, por supuesto, nunca
llegaron. Ilo, ronca de gritar había vuelto a perder sentido mientras Cundo,
dale que te pego a la manopla, bajo un manar continuo de sangre, sudor y
lágrimas, pisum y mierda. Retiraron a Ilo medio muerta, esta vez a un aposento
con un catre. Dos esclavos la bañaron y untaron con pomadas y la dejaron
descansar convencidos que no duraría otro asalto
Cuando al día siguiente fueron a despertar a Cundo lo
encontraron muerto. Se había suicidado cortando su polla miserable y
desangrándose por la cañería rota. Descanse en paz.
Ilo quedó maltrecha pero entera. Al cabo de seis meses sus
heridas cicatrizaron razonablemente, pero las huellas del martirio quedaron
visibles, sobre todo por la pérdida total del vello axilar derecho.
A partir de la muerte de Cundo nadie le hacía caso en la casa
y continuó siendo una chica dulce e inocente a pesar de sus pasadas
experiencias. Se adornaba con flores y hojas de colores, hasta que fue vendida a
Mussa.
Y esta que hace aquí? preguntó Flo a la vista de la última de
las chicas, la preñada.
Hagamos otro paréntesis y veamos su historia, que era un poco
singular, ya que esta chica era una humanoide de las montañas como las que
cazaba el amigo de Palafrugell. En realidad eran pueblos que no querían saber
nada de la civilización y vivían plácidamente en las montañas pirenaicas. Su
único problema era los cazadores, los comedores de carne humana y algunas
batidas de negreros de poca monta, ya que estos seres en su mayoría eran morenos
o negros, como muy oscuros, y se consideraba esclavitud de segunda fila. Una de
esas batidas de cazaesclavos dio con ella por casualidad en uno de los bosques
cercanos al valle del río Valira, mientras plantaba trufas en una cueva. Se
despistó al no oír el cuerno de aviso. Tenía trece años, morena aunque no negra
ni mulata, con una cara preciosa y piel suave aunque un poco peluda. Ya era una
mocita cuyos grandes pechos se evidenciaban bajo los huecos de la piel de ciervo
que la cubría. Antes de llevarla al campamento decidieron divertirse un poco: la
desnudaron, la abrieron de piernas, por cierto muy bien formadas, le miraron el
peludo coño, abriéndolo con los pulgares, y decidieron desvirgarla allí mismo.
La virginidad no era una virtud demasiado valiosa, así que,
cómo no iba a perjudicar su posible carrera como comida de gourmets, o como
esclava de segunda fila (?), se la hicieron los seis guardianes de Agentaria, la
compañía negrera para la que trabajaban. Se la metieron por delante y por
detrás. Por fortuna para ella tenía la regla en ese momento, ya que las hembras
de las montañas eran fértiles en su mayoría. Al ver la sangre caer por sus
muslos pensaron que era por la pérdida del virgo.
La presunta salvaje resistió muy bien el castigo, sobre todo
gracias a su elástico culo, que la salvaría más de una vez en su negro futuro.
Fue llevada al campo de clasificación en Olot, donde la registraron con el
nombre de Teme por ser el de la última esclava que se había vendido allí. Pronto
aprendió a leer y escribir, y los guardias de campo abusaron con ella de la
follanda y sodomizanda porque era con mucho la esclava más sexy, aunque a su
pesar, porque era muy tímida y recatada. No se quedó preñada porque los guardias
tenían autorización del gerente y usaban condón; nunca se sabe lo que puede
pasar con las chotas de montaña. Cuando tenía dieciocho años fue trasladada a
Girona al mercado de esclavos con doce chicos y seis chicas. Ya llevaba más de
tres años sin ser violada por precaución de echarla a perder, pues el gerente
esperaba sacar buen dinero de ella como esclava sexual, que eran las que mejor
se pagaban, a pesar de su morenez. Lástima que no fuera rubia, que tuviera la
tez más clara, o que sacara más partido a su espléndido cuerpo caminando más
erguida o mirando de forma más seductora. Aunque los buenos gourmets escaseaban
en esa tierra de olor cerdo y mierda de vaca que siempre ha sido l´Empordá, la
compañía no había perdido la esperanza de hacer negocio.
La vistieron con un traje de gasas transparentes que le
llegaba justo a tapar el chocho. Llevaba bragas del mismo material que solo
translucía el negro y abundante vello púbico. El vestido le caía desde los
hombros con un gran escote dejando los brazos a aire, y con un cinturón de cuero
que se recogía en su cintura. Con sólo quitar los cierres metálicos de los
hombros, los tirantes caerían y de cintura para arriba mostraría su espléndida
pechera.
El cabello, con una raya en medio caía suelto con media
melena. Los vellos axilares habían sido recortados y habían arrancado con pinzas
hasta la raíz gran parte de ellos para que la depilación durara una buena
temporada, pues no era moda tener una pelamenta tan abundante en los sobacos.
Era lo mejor de los veinte lotes de la subasta.
Desgraciadamente para la compañía, el público era
mayoritariamente granjero. A pesar de que el rugido fue general entre populacho
cuando el tratante soltó los amarres de los hombros, la mejor oferta no llegaba
al 50% de lo esperado. Este se lo pensó; lo consultó con el delegado de
Agentaria, y dudaron si la llevaban a Morvedre o Penyscola, grandes emporios del
vicio y de los buenos catadores, aunque tendría que competir con las walkirias
del Norte, blancas y rubias. Por fin decidieron venderla al ofertante: un
hacendado de Ultramort llamado Gil. En realidad este viejo pulgoso y fétido la
quería para regalársela a la vaca de su esposa, tortillera de pro; y para
sacarla como diversión en algunas fiestas con sus amigos. Incluso con un poco de
suerte podría traspasársela a su buen amigo Mussa, el mejor cazatalentos del
Mundo Conocido.
A Gil ni puñetera falta le hacía Teme ya que tenía a sus tres
mutantes. Era maricón perdido. Además, odiaba a las mujeres, sobre todo a la
suya. Prefería torturar a jóvenes mancebos. Así, el marica con Teme y sus 4
muchachos partieron hacia el pueblo.
Cuando se la mostró a su legítima, marimacho perdido, está ni
espero a comer con su marido. Se la llevó a la siesta, la desnudó y quedó tan
excitada al ver su juguete que la figa le hizo charco en el suelo. La bruja la
manoseó, le comió el chocho y el culo, le mordisqueó las tetas, le lamió los
pelos de los sobacos, el cuello, en su espléndida nuca, en las orejas, los dedos
de los pies; le metió la lengua hasta el garganchón, se la estacó en el culo.
Solo con eso se corrió tropecientas veces. Cuando parecía que quedaba satisfecha
se ató a la cintura un cipote liso y reluciente de tamaño descomunal y haciendo
arrodillar a Teme la inclinó e introdujo por su ano; primero la embadurnó con
mermelada para lubricarla, metiendo después la polla ortopédica muy despacio.
Cuando vio que la esclava lo tragaba todo, la penetró con violencia. Teme gemía
de dolor, pero sus esfínteres resistían los cañazos sin partirse. Cuando se
cansó del agujero negro le llegó el turno a su coño. Volvió a lamerlo y besarlo
hasta que se puso chorroso. Ni el natural recato de la chica podía poner trabas
a la madre naturaleza. Después se la estacó cuan grande era, y comenzó a
menearlo con violencia. Teme se corrió a su pesar, ya que tenía muy a mano su
punto G. La bruja se cansó al final y se acostó con las patas abiertas, y se
durmió mientras abrazaba a su esclava tocándole el chocho. Así comenzó su
estancia en Ultramort.
Teme pasó a pertenecer exclusivamente a la vieja. Esta la
tenía a su entera disposición y todas las tardes y noches disfrutaba como una
cerda con sus encantos y atributos. Jugaba con ella como si fuera una muñeca. La
vestía y desvestía, la bañaba, le cortaba el pelo, le dejó crecer la pelamenta
de los sobacos hasta dejar una abundante y lisa cabellera negra, asomando por
sus vestidos con tirantes. Le encantaba el olor a sudor que emanaba de sus
axilas. Nunca redujo sus espesos, ensortijados, negrísimos cabellos púbicos, ni
siquiera los que, bajando por la regata inferior, cubrían sus abultados labios
sexuales. Incluso el ojete del culo estaba lleno de vello. Sólo depilaba sus
piernas perfectas y bien torneadas, y más bien poderosas que gráciles. Era una
belleza salvaje y turbadora hasta el paroxismo. Así transcurrieron dieciocho
meses llevando una vida relativamente cómoda, puesto que se había habituado a la
concupiscencia. Sólo era azotada muy de cuando en cuando, si su ama se ponía de
muy mal humor y cometiera alguna falta, como romper un vaso o tirarse la sopa
por el vestido.
Hasta que para su desgracia llegó un señalado día: Gil dio
una fiesta con invitados en la finca. El marica degenerado de Gil suministraba
pienso a las granjas y haciendas ganaderas de los alrededores. Uno de sus
mejores clientes era un hacendado vecino de Palafrugell. Este iba a cerrar el
trato cuatrienal con Gil en el curso de una comida. Se presentó en la finca
acompañado de sus seis hijos. Teme contra la opinión de su dueña fue obligada al
incluirse en la servidumbre dada su buena presencia. Además, después de ser
convencida por su esposo de que la pela era la pela consintió en que la
vistieran de la misma insinuante forma con que la había comprado como esclava.
Cuando los comensales ocuparon sus sillas reclinadas y apareció ella con sus
pelambreras asomando de sus carnes deliciosas, apenas distinguidas bajo las
transparencias, los siete de Palafrugell se quedaron bocavadats. Era lo más
excitante que habían visto desde hacía dos meses, en que su esclava favorita,
hija del padre y hermana menor de los seis, había sido objeto de una transacción
comercial con el Fisco estatal. De todos sus múltiples atributos, los pelos del
coño asomando de las bragas transparentes les puso a cien. En la sobremesa se
cerró el trato, que incluyó una cláusula adicional: Teme sería cedida para uso y
disfrute de la familia desde la hora de la siesta hasta el amanecer. Por
presiones de la mujer, Gil llegó a renunciar a un contrato a perpetuidad para
venderla a los libertinos.
Cuando la muchacha fue entregada en el pabellón de invitados
los 7 elementos la estaban esperando desnudos y con las vergas empalmadas. No se
andaron con rodeos: le desgarraron los tules sin ningún miramiento y le pusieron
a 4 patas. La penetraron uno por uno peleando por ver quién iba primero, primero
por el ano, después por la vagina, nuevamente por el ano, y así sucesivamente. A
las tres corridas, cuatro de ellos cayeron agotados. Los otros no parecía que
iban a detenerse. El semen encharcaba el suelo y las colchas de los lechos.
Quedaron todos extenuados y ordeñados, aunque no el más pequeño que era medio
mongólico, que siguió dándole un par de polvos más, hasta que cayó rendido con
los huevos encogidos y secos. Habían pasado más de seis horas violando a Teme
que estaba semiinconsciente. Sin dejarle tiempo a recuperarse la cogieron y
colgaron de los pies separándolos lo más posible, después de haber atado sus
brazos detrás de la espalda. La izaron dejando su cabeza apenas tocándole suelo
y sus cabellos negros descolgándose sobre él. Después de descansar un rato
volvieron a la carga. Durante otras tres horas la volvieron a penetrar de dos en
dos, inclinando sus vergas hacia abajo. La leche se derramaba por el vientre y
por su pecho bajándole hasta su cara y cabellos que estaban empapados de semen y
sudor. Ya en el límite de sus fuerzas y cuando las fuentes estaban más que secas
y los cipotes arrugados y escocidos (imaginemos como estarían los conductos de
Teme), pasaron al tercer acto después de tomar un tentempié. A falta de látigos
y vergas tomaron sus correas y propinaron una soberana paliza a la pobre chica,
dándole por cada parte de su cuerpo con las hebillas, sobre todo a los chochos,
tetas, culo y vientre pero sin descuidar el resto: muslos, espalda, brazos.
Incluso en su cara y cuello arrearon sendos zurriagazos. Aprovechando los
últimos momentos antes de amanecer comenzaron a darle patadones con sus botas de
montaña, tres de ellos en la nuca. Una última coz le dio un pleno rostro cuando
llamaban a la puerta para pedir su devolución.
Cuando la vio su ama maldijo a su marido, a los brutos pero
sobre todo a la pobre Teme por tener un cuerpo tan lascivo. Estaba echada a
perder. La tiraron a la paja de las caballerías sin siquiera curar sus heridas.
De no haberse criado Teme en las montañas hubiera muerto a las pocas horas, pero
se recuperó en menos de un mes aunque con el cuerpo lleno de señales. Al ser
llevada de nuevo a presencia de su ama, está tenía una nueva Barbie, que su
marido hubo de comprar para no oír a su mujer. La bruja comenzó a reír a
carcajadas, a contarle los cardenales y cicatrices, para después, con la
colaboración de su muñeca, desnudarla, atarla y azotarla encima por puta.
Después se la follaron de nuevo con sus cipotes ortopédicos y la volvieron a
enviar a las cuadras a trabajar.
Lo peor aun no había llegado, estaba preñada. Tanto semen
depositado en su higo durante la noche de autos había producido el milagro. A
los tres meses se hizo evidente su estado. El amo era partidario de dejarla
tranquila, que tuviera a su hijo, y venderlo a algunos amigos a los que les
gustaba mucho la carne tierna; al fin y al cabo era hijo de humanoide, pero su
mujer se negó en redondo. Ella y Barbie se habían convertido en unas arpías
sádicas y la reclamaron para que se hiciera con ella un escarmiento ejemplar.
Así que Gil mandó encadenarla en el patio en una especie de barra, colgada por
los brazos con argollas en las muñecas, mostrando sus abundantes cabelleras. Las
piernas abiertas descansaban en otra barra con nuevas argollas en los tobillos.
Estaba totalmente desnuda con su vientre ya abultado por su preñez de cuatro
meses. Allí la dejaron en exposición pública. Todos los días atardecer, a la
vuelta del trabajo, recibía veinticinco vergazos delante de toda la servidumbre
en su bombo, con alguno de propina a sus voluminosas tetas. Por la mañana
temprano y al anochecer le daban alimento para mantenerla viva. Así
transcurrieron 15 días hasta que tuvo lugar una visita inesperada: el amigo
Mussa. Este se apiadó de esos culos y esas tetas tan apetecibles, porque era un
buen catador, y pensaba que le reportarían buenos dividendos, puesto que en
Penyscola comenzaban a cotizarse las pieles más doraditas. Así que Gil, no sin
gran cabreo por parte de su mujer, la malvendió, aunque la mala puta exigió que
en el contrato hubiera una cláusula por la que la esclava seguiría recibiendo
veinticinco vergazos en su vientre durante los nueve meses de embarazo, aunque
abortara antes de tiempo.
Musa se la llevó a su finca donde la curó adecuadamente.
Estaba extrañamente prendado de ella.
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